Cae la tarde y regreso a mi
temporal casa, un familiar crepúsculo se va escondiendo en la lejanía del horizonte y mientras voy en mi andar, tu estas
permanentemente en mis pensamientos, te pienso, llevando todo lo que es tan
tuyo conmigo, te siento, sutilmente como acariciando los inmortales años, y te
sueño, con inevitable sonrisa que se alarga con cada detalle que me dejaste heredado.
Pero luego te recuerdo lejos, donde mis manos no pueden palparte, donde mis
brazos no pueden abrazarte, donde mis labios no pueden besarte; Te recuerdo
lejos donde mis lágrimas pueden llorarte y donde mi amor por ti vuelve a
levantarme.
Mis sueños se proyectan en
interminables quimeras y de esta forma nuevamente, tus blancas arenas pueden
sentirse entre los dedos de mis pies descalzos; una suave caricia me da la
bienvenida, es la ola marina que consuela mis pies cansados por el largo viaje
de retorno; el sol desapareció por completo en el horizonte, las estrellas titilan
danzando su eterna rumba, y la luna refleja su menguante en el cálido mar Caribe, la brisa trae
consigo las risas e historias que me perdí mientras estuve lejos de ti, y en
ese momento me golpeo contra la realidad y vuelvo a estar en la distancia. La
sonrisa se descuelga de mis labios, mi frente Frunce el ceño cambiando por
completo mi semblante, y mis nostálgicos
labios solo balbucean melancólicamente tu nombre – “Venezuela, Venezuela”…
Jean C. Quirós